La gestión ordinaria de la culpa
Cuando el estímulo que ha activado una reacción desproporcionada y repetitiva (RDR) se extingue, el comportamiento anómalo y destructivo comienza a debilitarse.
- Entonces es sustituido por un sentimiento de aflicción que termina generando otro de culpa.
En esta fase recuerdas el enfado, las lágrimas derramadas, los reproches, las quejas, el desprecio, las ausencias, los insultos, las amenazas, el silencio incómodo, las ironías, los desplantes, las evasivas... y, naturalmente, el daño que has ocasionado a otros seres y a ti mismo.
El sentimiento de culpa lleva asociado el miedo al castigo
Esto hace de ti un inculpado, es decir, alguien que debe ser juzgado.
- Para resolver esta incómoda situación, haces tres cosas (una de ellas o varias):
Te apropias de la culpa
Si entonas el mea culpa, todo tu ser se deprime por el miedo inconsciente a ser castigado.
De hecho, la autocrítica destructiva que produces («soy idiota, soy mala persona, quién me manda meterme donde no me llaman...») es la forma que eliges para mortificarte y expiar tu infracción.
En la mejor de las situaciones, te haces un montón de promesas encaminadas a corregir la conducta que consideras impropia
«No lo volveré a hacer», «tengo que ser más constante, paciente, flexible, generoso, fuerte...».
Activar un proceso de reeducación es positivo.
- Sin embargo, corres el riesgo de crearte una expectativa muy elevada y provocar una espiral de ansiedad nada saludable.
El motivo es que las emociones que reprimes se van haciendo cada vez más poderosas y, siempre que surge un estímulo perturbador, vuelven a tomar el control sobre la conducta y te conducen a otra RDR.
- En suma, las promesas que te has hecho a ti mismo nunca terminan de cumplirse.
Otra consecuencia derivada de apropiarte de la culpa es que te puedes dejar arrastrar por la tristeza hasta el punto de hundirte en una honda melancolía, deprimirte y enfermar.
Niegas la culpa
En esta ocasión lo que haces es transformar el estímulo externo que ha provocado tu RDR en un enemigo imaginario.
- Como seguramente habrás imaginado, aquí te aventuras a provocar una guerra.
Todos los conflictos que vivimos los seres humanos, a la escala que sea, tienen esta base común de culpabilidad no reconocida.
Buscas el perdón fuera de ti mismo
Si eres una persona religiosa, quizá te confieses o ruegues a Dios pidiéndole clemencia. También puedes pedir perdón a las personas o a los seres a los que has perjudicado.
En ambos casos, estás delegando en otros el poder de liberarte de tu sufrimiento y creando la ilusión de ser salvado por ellos.
Esta actitud produce relaciones de dependencia y no te ayuda a madurar.
La práctica de ponerte en manos de los demás (dioses u hombres) para liberarte de tu angustia te proporciona cierto alivio, pero, en el fondo, te genera mucho auto rechazo.
- La razón es muy sencilla. Te sientes obligado a cumplir con un estándar de conducta (el que dicta la doctrina religiosa o la norma social) que no se corresponde con tu estado de ánimo real ni con la forma en la que deseas actuar.
Pones buena cara cuando en realidad estás enfadado, intentas ser fuerte cuando te sientes vulnerable, dices que sí cuando deseas decir que no, aparentas simpatía cuando estás tenso...
Al comportarte de esta manera, dejas de ser auténtico y, a nivel inconsciente, sientes que te estás traicionando a ti mismo.
- Es una dinámica que genera mucha rabia interna y el motivo por el cual todos estamos muy enfadados con nosotros mismos.
Los sentimientos de culpa son muy repetitivos, se repiten tanto en la mente humana que llega un momento en que te aburres de ellos